domingo, 25 de enero de 2009

De electricista a Jefe de Estado




La biografía de Lech Walesa rememora su épica lucha contra el opresivo comunismo prosoviético al que se enfrentó y con la que se ganó la admiración mundial; después, relata su difícil adaptación a ese ‘mundo libre’ por el que tanto luchó y el cual le debe tanto.

Fuimos muchos los que crecimos con los titulares de cada día de los diarios que nos informaban de una indefensa Polonia católica que se enfrentaba al todopoderoso imperio soviético y al frente de la cual estaba un humilde electricista de enormes mostachos. Recordemos la portada del desaparecido diario El Observador con una fotografía a todo color de Mario Vargas Llosa en la puerta de la embajada polaca entregando una carta, que nunca quisieron recibir, firmada por cientos de personalidades peruanas exigiendo la libertad de Walesa cuando la ley marcial impuesta por el régimen de Jaruzelski lo arrestó, lo ocultó, durante once meses en un intento tan estúpido como vano de que el mundo se olvidara de él.

Cuando en agosto de 1980 se inició la huelga general en Polonia impulsada por las precarias condiciones de vida, éstas se extendieron a todo el país. Es en ese instante que el liderazgo de Walesa fue determinante, añadiendo a las reivindicaciones salariales una exigencia que lo enfrentaba directamente al gobierno comunista de su país: el derecho a la libre sindicalización y el derecho a la huelga. Las dos semanas siguientes fueron tan cruciales que la Polonia y el sindicato que nacieron de esos quince días constituyen su verdadero legado. No sólo obtuvieron una resonante victoria (el gobierno aceptó todas sus reivindicaciones), sino que además lograron algo hasta entonces inédito: un régimen comunista que reconociera derechos políticos a obreros.

Cuando estas concesiones iniciaron una avalancha de más huelgas y más reivindicaciones, un nuevo gobierno comunista al mando del general Jaruzelski implantó la ley marcial, declaró ilegal a Solidaridad y arrestó a Walesa. Durante meses nadie supo en dónde estaba arrestado o si estaba vivo. Liberado en noviembre de 1982, fue confinado a arresto domiciliario hasta que la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1983 le confirmó el lugar que ya había ganado en la historia. Pero luego vino el después. Cuando apareció en escena Gorbachov, aprendimos un nuevo vocablo, Perestroika, y cayó el Muro de Berlín y con él setenta años de historia.

Fue entonces cuando la buena suerte de Walesa cambió, al igual que él también, el día que ganó las elecciones de su país, el 9 de diciembre de 1990, con un 74% de votos, una votación que a nadie hacía presagiar el confuso gobierno, casi de corte populista, que haría los próximos cinco años. En verdad nadie mejor que él merecía dirigir la nueva Polonia libre y nadie, especialmente él, estaba preparado para el cambio. Su gobierno fue una mezcla de partidos surgidos de Solidaridad exigiendo su cuota de poder que en el intento de seguir el modelo presidencialista francés y respetar los sucesivos gobiernos de coalición, polarizó aún más a la Polonia post comunista. Cuando se presentó a la reelección en 1995 perdió y cuando lo volvió a intentar en el 2000, el 1% de la votación que alcanzó lo decidió por el retiro político definitivo. Pero ahí esta su lucha y ahí esta su obra.

Tributo a Lech Walesa



Entrevista a Lech Walesa

Corre diciembre de 1981. El ejército toma el gobierno en Polonia, y miles de activistas de la oposición son arrestados e internados. Usted es uno de ellos. ¿Qué recuerdo tiene de las circunstancias en que fue detenido?

Debo decir, primero, que mi posición en ese momento era dual. Yo era electricista, un trabajador, padre de familia y una de las miles de personas que fueron arrestadas. Como individuo, fui apartado de mi familia, de mis hijos, estaba preocupado por ellos. Pero era también un político conocido, el líder del movimiento Solidarnosc, y en ese momento estaba luchando deliberadamente contra el Gobierno. Como político, sólo esperaba la derrota del régimen, que tenía que producirse tarde o temprano. Les dije a mis perseguidores que la victoria era mía y que estaban sellando el féretro del sistema comunista al confinar a miles de personas inocentes. Por supuesto, es difícil recordar esos días, pero sinceramente creo que estaban sumando puntos contra ellos mismos al detenerme. Así, sin tomar en consideración esta posición dual, no puede comprenderse mi situación. Tal vez habría sido mejor si mi situación hubiese tenido una sola cara, como la de la mayor parte de las personas que fueron detenidas.


En comparación con sus colegas, usted estaba materialmente en una situación más privilegiada.

Repito, esa situación dual era importante. Estaba fastidiado y solo, y había un poder avasallador en mi contra. Por supuesto, estaba en buenas condiciones materiales; estuve arrestado en una "celda de oro". Pero esa celda no mejoró las circunstancias de mi internamiento. Si los carceleros hubieran recibido la orden de deshacerse de mí, lo habrían hecho inmediatamente y, como la tristemente célebre espada de Damocles, ese peligro siempre estaba acechándome. Incluso después de una suntuosa cena me podrían haber ejecutado. Además, no tenía contacto con mis colegas, ni siquiera una posibilidad de cruzarlos, porque me tenían muy bien guardado. En realidad, me arrestaron con el mero propósito de alejarme del sindicato y aislarme del movimiento. Los carceleros nunca me perdían de vista.


¿Cómo veía usted la situación de las otras personas que fueron arrestadas e internadas?

Sin duda, los miembros de Solidarnosc detenidos bajo la ley marcial y las otras personas arrestadas en esa época no recibían un trato tan ceremonioso. Para ellos, los artículos de primera necesidad eran cruciales, con frecuencia recibían malos tratos y estaban en condiciones muy difíciles. Además, Polonia estaba atravesando una crisis económica que, si bien la había generado por sí sola, era catastrófica. En un sentido estrictamente humanitario, las visitas de los delegados del CICR y la asistencia que prestaban eran tal vez más importantes para ellos que para mí.


¿Cómo se sentía en relación con esas visitas?

Fui visitado en varias ocasiones por delegados de la Cruz Roja. No tuve ningún problema para hablar con ellos sinceramente, incluso frente a funcionarios del Gobierno. Como sabe, luché contra el comunismo abiertamente. En mi caso, esas visitas tal vez no eran típicas para el CICR, pero eran importantes para mí por razones políticas. Utilicé sus visitas en mi lucha política, especialmente para demostrar lo bajo que había caído el régimen en el plano moral. Una organización internacional respetada viene a ver lo que el Gobierno está haciendo a su pueblo y a los líderes de la oposición, a ver los métodos brutales que está empleando y cómo pone entre rejas a un hombre inocente y popular. Un Gobierno está terminado cuando debe recurrir a la violencia contra su propio pueblo para mantenerse en el poder. Ese reconocimiento fue importante para mí.


Cuando los delegados lo visitaron, ¿le preguntaron por su salud, las condiciones de detención en que se encontraba y el contacto que mantenía con sus familiares?

Por supuesto, pero yo era un detenido bastante especial. Recuerdo que cuando trataba de mencionar cuestiones políticas durante las visitas del CICR, los delegados siempre intentaban evitarlas; sus colegas de la Cruz Roja no querían hablar de política conmigo. En ese sentido, yo era un caso difícil. Pero incluso durante mi detención, quería luchar contra el Gobierno. No quería hablar confidencialmente. No quería ocultar nada y quería luchar abiertamente. Cuando recuerdo esos momentos, me sorprende a mí mismo el hecho de que no sentía temor, cuando debería haberlo sentido. Hoy probablemente sería más prudente.

Dicho esto, debería recalcar que los otros detenidos necesitaban mucho las visitas, eran indispensables para ellos, incluso. Para la mayor parte de las personas privadas de libertad, lo más importante no era su lucha política, sino su mera supervivencia, el trato que recibían y la preservación de su dignidad. Las visitas del CICR les daban la tranquilidad de saber que no eran olvidados y que aún había una esperanza. Es muy importante para todas las personas saber eso. Por supuesto, la importancia de ciertas cuestiones difiere según el tiempo y el lugar, y Polonia, en los años 1980, era un caso muy especial. Pero las visitas de alguien externo a los detenidos siempre son importantes. Esas visitas permiten cambiar su situación: los detenidos visitados saben que no se los olvida, sienten menos temor, sus familias pueden estar más tranquilas. Estas cuestiones son muy importantes. No he hecho suficiente para pagar la deuda que tengo con ustedes; sé que aún hay lugares a los que no pueden acceder y estoy dispuesto a ayudarlos para poder ingresar en esos lugares olvidados.


Claramente, usted era un preso político, pero suele ser difícil decir quién es un preso político y quién no.

Es cierto, pero en realidad eso no importa. Siempre se tiene que ver al prisionero como un ser humano. Todos tienen derecho a ser tratados con humanidad, a tener la oportunidad de resolver los propios problemas, a tener esperanza. Su misión debe ser estrictamente humanitaria.


Usted era un preso y luego llegó a ser jefe de Estado.

Bueno, siempre era la misma persona. Fui encarcelado por las mismas cuestiones que después me ayudaron a ser elegido presidente de Polonia. Por supuesto, el paso de una celda a un palacio presidencial, con todas las responsabilidades que eso conlleva, modifica las visiones de uno. Como presidente, tenía que tomar en cuenta las cuestiones de seguridad y ser consciente de que los valores humanitarios y las medidas de seguridad deben coexistir. Eso fue difícil para mí, por ejemplo, cuando la pena de muerte aún estaba en vigor en Polonia. Era inaceptable para mí, pero tenía que respetar la ley. Cuando recibía solicitudes de convictos que deseaban recibir amnistía, debía equilibrar los intereses del Estado y la sociedad y los sentimientos puramente humanos de compasión y perdón. Aún así, hay límites fundamentales que imponen la religión o la humanidad, como quiera, límites que nunca deben infringirse. No había negociación posible entre las condiciones por las que luchaba y la seguridad. Si no, habría luchado en vano.

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